Gustavo estaba destruido. Hundido en la miseria, sin trabajo, sin techo, con ropa vieja y gastada, zapatos con enormes agujeros en la suela que cubría con varias hojas de papel de diario, barba de varios días y el sonido del portazo del último lugar donde había acudido buscando una labor digna, para ganarse el pan de cada día

A los cincuenta años era un despojo humano. Ingeniero de profesión, su negativa a usar materiales de mala calidad en cada ocasión, le había costado todos los empleos que perdió.
Sin duda que su maestra de sexto grado lo había engañado. Ella era la que le había consignado con letra gótica en su último boletín - que aún guardaba - la consigna que lo marcó toda su vida "Gustavo, no dejes de ser honesto y serás el orgullo de tus padres y maestros".
Gustavo fue decente, honorable y honesto en cada acto de su existencia y el resultado obtenido era esta marginación insoportable que lo instaba al suicidio.
Sus padres no se orgullecieron de él, se aprovecharon sin piedad de su ingenua generosidad. Sus maestros hicieron  lo mismo pero le agregaron un matiz burlón. El único tonto que se estudiaba hasta el mínimo punto de la última bolilla y los profesores después de pasearlo sin piedad por todo el programa, lo calificaban con el cuatro de rigor.
Todo un profesional y durmiendo en la calle, sin amigos - que se alejaban a medida que su caída se hacía más pronunciada-, sin familia que lo había abandonado a su suerte, era como cantaba Julio Sosa, un perro que no tenía dueño, un can vagabundo y lleno de heridas sin curar
No tenía dudas que la Srta. María Teresa, su maestra de sexto grado era la culpable. La buscaría y al menos se daría el gusto de saber el motivo de tamaña mentira. Todos los malos tenían la sartén por el mango, el poder, el dinero, en suma todo lo que a él le negaron por ser honesto y decente.
Su búsqueda no fui difícil. En la primera visita a la guía telefónica encontró los números de su ex maestra y las direcciones de sus varias empresas y de su domicilio particular.
Esto le llamo la atención. A la señorita María Teresa le había dado resultado el riguroso respeto de la honestidad.
El domicilio de la señorita María Teresa estaba ubicado en un barrio privado. Al presentarse en la entrada y preguntar por ella los dos musculosos guardias que controlaban el ingreso no dudaron en arrojar al mendigo al medio de la calle. Quiso explicar y un preciso golpe en medio de la cara de uno de los muchachos de seguridad fui suficiente para dejarlo sin sentido y con los huesos propios de la nariz destrozado. Entre los dos violentos lo acomodaron debajo de un árbol despejando la entrada.
Al reaccionar, a pesar de los innumerables dolores de su humanidad que los instaban a huir, decidió obstinado encontrar algún lugar para acceder al predio.
A doscientos metros un enorme hueco en la empalizada se lo permitió. Un alma piadosa le indico cual era la mansión de la señorita Mara Teresa.
Gustavo no lo podìa creer. Un enorme palacio, una exquisitez arquitectónica era el domicilio de su maestra de sexto grado.
Se acercó a la puerta de entrada, dos mastines se le arrojaron encima y comenzaron a morderlo sin ningún respeto. Sus gritos desgarradores fueron escuchados por un particular que portaba en su cintura de manera ostensible una 9 mm. sacó a los canes, levantó a Gustavo tomándolo del cuello mientras con hostilidad le preguntaba:
- ¿Quien mierda sos? ¿Que estás buscando?
- Na....nada. Sólo estoy buscando a la señorita María Teresa, mi maestra de sexto grado. Ahí el gorila lo soltó sin ningún cuidado. El cuerpo de Gustavo se desparramó sobre el lustroso piso de la más fina cerámica.
- ¡No te muevas! ordenó el simio, voy a ver si puede atenderte. ¿Quién sos?
- Gustavo, Gustavo Crédulo, su alumno de sexto grado.
Su victimario entro en la casa mientras Gustavo no podía creer lo que estaba sucediendo.
En minutos una rubia espectacular, de unos cuarenta años, vestida con un pantalón de tela de alta calidad como su blusa, lo recogió con ternura.
- ¡Venga mi Gustavito, venga! ¡Que le han hecho estos señores malos!
- Na...da señorita. Nada. ¿Cuánto falta para que venga la señorita María Teresa?
- ¡Yo soy la señorita María Teresa!, mi querido Gustavo
- Pero mi seño hoy tendría unos sesenta y pico y usted es una mujer joven
- ¡Hay Gustavo!, ¡Que poco cortés! Simplemente hago vida sana, me alimento bien y nada más. Ese es el milagro
- Bueno, si Ud. lo dice, añadió Gustavo
- ¿A qué viniste Gustavo? ¿Por qué estás aquí?
-  Mire seño, resulta que Ud. en el boletín que aquí le traje, al terminar sexto grado, me dijo que siguiera siendo honesto, que sería el orgullo de mis padres y maestros. Y no fue así. Míreme soy un mendigo por ser honesto. No tengo donde caerme muerto.
- Si Gustavito, esa es mi letra. Pero ya sos un hombre grande que debe saber que no hay que creer todo lo que le dicen.
- Pero seño, yo le creí.
- Hay Crédulo, Crédulo. No escuchaste al Filósofo que dijo que los bienes no se consiguen trabajando.
- Si pero yo seguí creyendo en usted, seño.
- Mirá Gustavito esta mansión, las empresas que tengo, como te crees que conseguí todo lo que tengo.
- Ahorrando su sueldo de maestra seño, trabajando en muchas escuelas.
- No Gustavito, no podes ser tan pe...ingenuo.
- ¡Por izquierda! crédulo, ¡Por izquierda!
- ¿Y eso que significa?
- Engañando, traficando, negocios pesados, la falopa, las ..., eso, eso es izquierda y no te quiero decir más nada. Ya sabés suficiente.
- ¿Que sé?
-  Nada Crédulo, nada. Mira estoy ocupada, mis chicos te llevaran a tu casa.
. No tengo casa.
- ¡Bueno donde vos le digas!
María Teresa pulsó un botón y aparecieron dos individuos de zapatos negros, trajes negros, anteojos negros. Que al unisonó dijeron
- Si señora, usted dirá.
- Miren chicos lleven a Gustavo hasta donde él les diga, los acompañará mi personal trainning.
- Como diga señora.
- Gustavo se subió tímidamente a la limousine mientras María Teresa llamaba a Diego, el gorila - personal trainning y pidiendo que se acercara a su boca le dice.-
- Diego, hable de más, me fui de boca, puede ser un tipo peligroso, encargate de él.
- Así será señora, dijo inmutable el gorila
-  ¡Ah, Diego! con cuidado, que parezca un accidente.