Mariela estaba obsesionada por su peso. No podía impedir que su cintura, su espalda sus piernas fueran paulatina pero tenazmente aumentando su grosor. Había probado mil métodos para adelgazar, todas las dietas y el resultado siempre negativo.
Parada frente a una vidriera su mirada fue atraída por un llamativo cartel que rezaba "Almohada de plumas adelgazante. Garantizada". Entró y preguntó al vendedor.

Este le explicó que la almohada era eficaz, Que en la medida que aumentaba la temperatura del cuerpo la almohada provocaba que el grosor de músculos y grasa disminuyera.
No lo pensó más. Deme dos le reclamó Mariela al vendedor

- Mire señorita, valen mil pesos cada una
- No interesa el precio, ratificó Mariela, ya las llevo.
Esa noche las estrenaría con Mario, su nuevo compañero, gran amante, lo había comprobado la tarde anterior, empezaría - sin duda - exitosamente el tratamiento.
Esa noche colocó las  dos almohadas bajo su lado de la cama dejando una común en el lugar que ocuparía Mario
Mario. Tipo raro, siempre con anteojos negros, incluso de noche o en lugares cerrados, amigo de la oscuridad.
A las veintidós horas exactas suena el timbre, abre la puerta y Mario la abraza con pasión un beso casi obsceno al cerrarla, anteojos negros, mano que apaga la luz la habitación amplia y cómoda los esperaba.
Amor, gran amor, espectacular amor. La nuevas almohadas no podían quejarse.
A la cuatro de la mañana con una excusa cualquiera Mario se marcha. Amplia sonrisa. Gran amante sin duda.
Marisa se durmió profundamente, era viernes, sábado y domingo de farra para disfrutar con Mario.
El sábado despertó a las doce del mediodía, apenas se levanto un pequeño mareo y su pie izquierdo flaqueo. No hizo caso, se pesó  ¡no lo podía creer! había bajado dos Kg.
Se miró en el espejo con avidez. El adelgazamiento se notaba. Mario volvió el sábado por la noche a las veintidós horas exactas, se retiró también puntualmente a las cuatro del día siguiente. Todo el amor, gran placer.
El domingo quiso dormir un poco más, se sentía raramente agotada. No quiso quedarse en la cama y se levantó, llamo a Mario para decirle que el domingo a la noche no viniera que quería ir a trabajar el lunes temprano.
Puso el despertador a las seis horas. El timbre sonó hasta que se acabó la pila. Se despertó a las catorce horas. Asustada llamó a su mejor amiga y le comentó que no se sentía bien que al día siguiente iría a trabajar a horario.
Su amiga la tranquilizó y al día siguiente a las siete horas en punto estaba en la empresa. Todos sus compañeros incluso el médico remarcaron el notable desmejoramiento físico. El doctor le impuso siete días de licencia por estrés que Mariela recibió con disimulado entusiasmo. ¡Siete días para disfrutar con Mario!-
Así fue, todo el amor de Mario por una semana completa, apenas se levantó para tomar algo.
El día que debía volver se sentía tan débil que no pudo salir de la cama. Se quedò pensando que era sólo cansancio, que se repondría rápidamente.
No fue así, cada día fue peor. Se quedó en su lecho fatalmente.
Ana, su mejor amiga, preocupada por su ausencia al trabajo se llegó hasta su casa, golpeó y la puerta se abrió sola, entró, llamó a Mariela sin obtener ninguna respuesta, accedió a su cuarto y allí en la cama se topo con el cuerpo inerte y austero de de su amiga. Pura piel, los ojos abiertos y destacados en las orbitas, pura piel.
Llamó a la oficina. El médico de la empresa constató su muerte. Ni una gota de sangre.
Colocaron su cuerpo en una camilla para ubicarlo en la ambulancia funeraria. Ana advierte en la almohada de plumas dos marcas de sangre. Le comunica al médico.
Este se agacha, las observa y vuela hacia la camilla, revisa el cuello de Mariela comprobando en su cuello dos profundas heridas, dos intensas mordidas de un vampiro que la seco, que extrajo toda su sangre hasta matarla.
Mario, lejos de allí, abrió la puerta de su casa, cerro las cortinas diciéndole basta a la molesta luz, se dirigió a su habitación y suavemente se acomodó en su confortable ataúd de caoba brillante y mullido raso blanco, inmaculado.