Mario era un romántico. Sensible, generoso, soñador.
A ello le agregaba una nota de ingenuidad todo lo cual lo alejaban de la imagen de persona responsable, inflexible y sin concesiones esencial en su labor de Juez que desempeñaba laboriosamente cada jornada.
Tipo vivido, calle, damas, boliches, amigos de fierros, acostumbrado a códigos que no se violan, a reglas que no admitían excepciones.

Al asumir el cargo de Magistrado se alejó de la noche, el café y los berretines. Se convirtió en el hombre solo. Olvidó reuniones sociales y deslices privados,. Su vida fue austera, transparente, solitaria.
Su pasión por la Justicia facilitó todos los renunciamientos. Creía firmemente que servir al otro, dar a cada uno lo suyo no sólo era su deber, su labor diaria, sino una tarea privilegiada que Dios le había reservada hasta el resto de sus vidas.
Se transformó en un hombre raro y como total sometido al juicio ligero de la gente y a la curiosidad de todos, en especial de Mónica, una bella mujer que conoció ocasionalmente en casa de su amigo Alberto en una de las pocas oportunidades que acepto una invitación para participar de una reunión informal.
Mónica quedó rápidamente atrapada por la enigmàtica personalidad de Mario. Su extrema reserva habitual se soltaba cuando estaba en compañía de Alberto, compinche de toda la vida, historias, pareceres, cuentos, chistes, y todo el amplio repertorio de infinidad de vivencias se volcaban naturalmente sobre la mesa alentado por su frate que lo había convertido casi en un prócer, en su ídolo de bolsillo..
La curiosidad innata de Mónica hizo estragos en la privacidad de Mario que se prestó gustoso y sin condiciones a responder a los mil interrogantes de la dama.
Se sentía particularmente cómodo, a gusto. La belleza y atinados argumentos de Mónica actuaban como un incentivo adecuado.
lberto y Nora, su esposa, se fueron a descansar y Mario y Mónica quedaron solos hablando sobre mil cosas. La inquietud investigativa de Mónica respecto del la vida y obra de de Mario no tenía límites.
A medianoche, Mario dijo que era hora de irse, debía levantarse temprano, el trabajo, los justiciables, su responsabilidad tenían ese límite temporal.
Mónica no se conformó, Mario había despertado en ella algo más que una mera curiosidad por saber detalles de una vida tan trajinada. Experimentaba un auténtico interés  y algo raro para ella, le inspiraba confianza, seguridad, después de muchos años su corazón sabía de la tibieza
Mario marcho a su caso con una sonrisa dibujada en sus labios. Todo un acontecimiento. Un gesto que ya había olvidado
Mario llego puntual el día de la cena con Mónica. Ropa informal, cómoda, sencilla, mocasines para disfrutar y un silbido en sus labios - tanto tiempo, se sorprendió- .
Una Mónica hermosa, espléndida abrió la puerta de casa, sus labios al posarse en sus mejilla le hicieron recordar el candor del tiempo adolescente, los sillones del living amplios, cómodos, blandos, relajaron la tensión de una dura jornada de trabajo.
Una copa y un par de palabras informales sirvieron de introducción al encuentro.
Mónica demostró ser una excelente cocinera, exquisita comida un buen vino ligero, un postre de frutas y un café fuerte y sabroso.
Entusiasmado en la charla Mario apenas se dio cuenta que la mano de Mónica se había posado sobre la suya. En cualquier caso la dejó, se sintió bien, contenido, apreciado - tanto tiempo, gran placer.
Música, bailar, juntos respiración inquietante, caricia seductora, el beso, el amor.
Por la mañana Mario partió. Quedaron en verse en un par de días a la misma hora en el mismo lugar
Mónica se refugió en su cama, no podía creerlo. A los cuarenta años, cuando ya había cerrado todas las puertas se había enamorado como una colegiala de secundario.
Enorme felicidad. Un ¡Bien hecho!, escapo de sus labios y se durmió profundamente.
El timbre la despertó. Se levantó sobresaltada habían pasado varias horas desde que se había dejado llevar por ese sueño negado en tantas noches. Miro el reloj, eran las catorce horas. El timbre insistente la llevó la puerta.
Al pasar se miró en el espejo, despeinada, el vestido arrugado, la pintura de los ojos salpicaba su cara, abrió la puerta aún dormida, frente a ella Mario.
¡No pude quedarme solo! ¡Hace tanto tiempo que no extrañaba a alguien! ¡Estas Divina!, Vamos a almorzar a algún lugar lindo
Sin pensar Mónica rodo con sus brazos el cuello de Mario, un larguísimo beso sello la respuesta afirmativa. La vida generosa le llevaba a la puerta de su casa ese otro que nunca había podido ser.
Curioseando había llegado al amor.-