Mónica vivía desconsolada por la estigmatizante propaganda contra funcionarios y políticos del partido gobernante del cual más que adicta era una fanática sin límites. Exaltada ponía de manifiesto a cuanto pobre cristiano/a se le cruzara, que la denuncias descalificantes carecían de fundamento, que sus admirados hombres de Estado eran personas sin tachas, responsables y honestos hasta la médula.
Sostenía a los gritos que tan grosera y mentirosa campaña difundida por todos los medios no tenía otro objetivo que maltratar a los esforzados miembros de la clase gobernante y a los aspirantes a integrarla, generando una sensación de corrupción generalizada respecto de sus actos con único sustento en la difamación y el desprecio por la forma republicana de gobierno que las autoridades elegidas por el voto popular no hacían más que respetar con máxima rigurosidad.
Arengaba en bares y restaurantes afirmando la división de poderes en su país, nuestro país, era un ejemplo que se difundía en el mundo entero. Así, clamaba Monica, representantes de Estados Unidos de Norteamérica, Francia, Inglaterra, Finlandia, Islandia, de nuestros hermanos latinoamericanos - sólo por nombrar algunos - visitaban permanentemente esta tierra generosa, para apreciar la manera que se instrumentaba esa independencia armónica de cada departamento, donde los miembros el Congreso o la Legislatura Provincial, trabajando a destajo, denodadamente - incluyendo feriados y domingos, con escuetas vacaciones de un par de días al año, no escatimaban esfuerzos para dotar al pueblo de la legislación más moderna en cada rama de la vida de la sociedad, ya sea en salud, educación, seguridad, etc.. Esfuerzo duro pero que había dado extraordinarios resultados apareciendo su país, nuestro país, primero en cada estadística de rubros como los indicados dentro del concierto de las naciones.
Casi sin voz remarcaba en la plaza pública que, todo ello sus amados legisladores lo lograban sin que mediara la más mínima intromisión del poder ejecutivo en el dictado de las normas.
Afónica ayudándose con el leguaje de los dedos, explicaba con furia que el poder judicial, de su país, nuestro país, estaba integrado por individuos absolutamente independientes de criterio, austeros, de perfil bajo, con enorme apego al trabajo y al estudio e investigación.
Ah no dejada pasar por alto que esos jueces ejemplares habían conseguido con perseverancia y obstinación que el pueblo creyera ciegamente en sus fallos, que no existiera una sola causa atrasada en su tramitación, que con mano firme sancionaba la más mínima transgresión del poder ejecutivo o legislativo.
Subida a un palco individual de tres escalones que ella misma se construyó puso enfáticamente de manifiesto que el prestigio de la Justicia de su país, nuestro país, había trascendido a nivel internacional y los letrados que la integraban eran permanentemente requeridos por gobiernos extranjeros para dar conferencias en las universidades más importantes del mundo como Cambridge, Oxford, Yale, Harvard y tantas otras que quedaron rezagadas ante la primacía absoluta alcanzada por la Universidad de Buenos Aires, de donde egresaban profesionales que ostentaban como gran capital el privilegiado conocimiento recogido en las aulas porteñas.
Monica jamás se cansaba de destacar el desempeño de los titulares del poder ejecutivo a nivel nacional y provincial. Transparentes, moderados, ostentando un nivel de vida sin lujos, modestos, siguiendo el ejemplo de Alberdi cuando en sus Obras Selectas afirma que en democracia todo debe vestirse de un austero color, de un reservado accionar, de una orgullosa modestia.
El pueblo de su país, nuestro país, había alcanzado un nivel de vida que no pudo ser superado por ninguna otra potencia. La felicidad de la gente era ostensible y se manifestaba en la sonrisa permanente, el buen humor, la buena disposición respecto del trabajo que aparecía abundante y de altísimo nivel. El desarrollo de la ciencia y la tecnología había alcanzado alturas jamás imaginadas.
Un país ganador, con una juventud plena de posibilidades, con concretas posibilidades de proyectar un futuro venturoso, de hacer realidad la ilusión más soñada.
El Riachuelo que lucía limpio, transparente, con peces de todas las variedades posibles, rutas que se habían convertido en su totalidad en autopistas de doble mano, sin accidentes ni atajos, atravesando todo el territorio nacional.
Habían quebrado los negocios de cerraduras y rejas. En el país de Mónica sus habitantes dormían con las puertas abiertas, sin trabas, gracias a la eliminación absoluta de de la inseguridad que hoy sólo era un mal sueño.
Por eso, culminaba Monica su discurso desde el balcón del bar más popular de su pueblo, amigos, vecinos, compatriotas, no hagan caso de campañas sucias, de los agravios de la prensa amarilla, difamadora, la realidad demuestra lo contrario, revela que Argentina, el país de Mónica, nuestro país, es un sueño y los sueños, sueños son.