Pablo y Laura se amaban desde la adolescencia. Cuando Laura cumplió quince años su padre, titular de una fortuna cuantiosa, hizo una enorme fiesta. Allí pablo - que contaba con la misma edad de Laura - fue contratado como mozo. Un cruce de miradas fue suficiente. Un encuentro furtivo esa misma noche y el primer beso. Jamás se separaron no obstante las objeciones del padre de la niña y los mil impedimentos que el riguroso progenitor se encargaba de instrumentar permanentemente. Laura debía frecuentar jóvenes de su condición social. Pablo era una influencia desafortunada.

Juan Carlos era un próspero empresario metalúrgico. A sus cuarenta y cinco años merced al trabajo duro y su obstinación por lograr todos y cada uno de los objetivos propuestos se había convertido en un auténtico triunfador. Una importante fortuna respaldaba su vida y su futuro más su obstinación y tozudez le impedía delegar aún la más insignificante de las obligaciones lo que lo llevaba a una vida sin pausas, ausente de días libres y vacaciones.

Juan estaba ansioso. Tantos años fuera del país, marginado, aislado injustamente de las cosas tan queridas. habían muerto los viejos, algunos amigos, pero su hogar, la vieja casona estaba intacta. La arreglaría, la pondría de punto en blanca y allí viviría el resto de su vida. Faltando un par de cuadro el semáforo que lo detuvo le pareció insolente. Liberado el paso aceleró dobló en la primer cuadra a la izquierda, luego a la derecha y allí a media cuadra estaría su ansiado refugio.

 

-Buenas tardes
-Buenas tardes, señor. ¿Que necesita?
-No sé
-Algo especial. Quizás un repuesto de un automóvil recién salido al mercado que no posee la concesionaria
-No, en realidad no sé