Juan era un joven y brillante abogado, había egresado de la Facultad de Derecho Universidad Nacional de Buenos Aires, con un promedio de 10 puntos absolutos, medalla y diploma de honor. La vida le sonreía, sus esperanzas no tenían límites y estaba dispuesto a realizar cualquier sacrificio para lograr su gran objetivo, su máxima ambición, ser Juez.

Como cada tarde a las cinco en punto Guillermina, una bella joven de 28 años acudía a la confitería de siempre, se sentaba en la mesa de siempre, con los ojos tristes de siempre, pedía un té y una botella de agua mineral como siempre, sola como siempre.
Con la mirada perdida su mente no dejaba de pensar en su vida vacía, sin objetivos, sin inquietudes, sin amigos, sin amor. No podía creer que a los 28 años, con una belleza envidiable, un porte y una cadencia irreprochable ningún hombre se hubiese involucrado afectivamente en su vida.

El licenciado Miguel Rayé estaba enfurecido. El más prestigioso psiquiatra de la ciudad  Capital Jorge Deltomate le había diagnosticado con una suficiencia llena de soberbia insoportable que padecía de trastorno bipolar. La discusión después de la doctoral afirmación no tuvo desperdicio.

-¡Esa es una afirmación sin fundamento! gritó enfurecido Miguel.

Graciela no podía soportar más el ambiente de trabajo hostil, pero lo necesitaba, debía tolerar el abuso del patrón, el maltrato de sus compañeros y todo lo que fuera porque cubrir la renta de la vivienda y la comida de cada día no le permitía superar la humillación.