Ricardo amaba entrañablemente a Mónica. Toda su vida giraba en torno a ella vivían juntos, desayunaban juntos, almorzaban juntos, trabajaban juntos, cenaban juntos y ya en el lecho Ricardo la acariciaba con suavidad infinita, besaba su piel con ternura mientras Mónica se dormida rápida y profundamente.

Carlos bajo del colectivo treinta y siete en la estación Lanús decidido a caminar las veinte cuadras que quedaban hasta llegar a su casa en remedios de Escalada. Necesitaba aire fresco, poner en orden sus pensamientos, charlar un rato consigo mismo, en soledad, mirando el cielo, reclamando al lucero por una solución mágica.
Lo habían despedido del trabajo. Sin vueltas, simplemente el gerente le dijo que ese había sido el último día de labor, que pasara por contaduría, que percibiera su indemnización.

Desde la muerte de su esposa, Lelia, Juan Carlos se sentía relajado, distendido, libre, tibieza en el corazón, la sonrisa había vuelto a sus labios, era un tipo feliz.La vida con Lelia había sido un tormento. Caprichosa, de pésimo carácter. llena de pretensiones inalcanzables, grosera, mil papelones por cualquier cosa. Salir una noche juntos era una aventura que siempre terminaba mal.Al morir Lelia Juan Carlos se reconcilió con la vida. Ya no se toparía con Lelia a la vuelta de cualquier esquina, gritándole, increpándolo, tampoco estaría al llegar a casa después de un duro día de trabajo.

- La rutina está matando el amor
- Es cierto querida
- Nuestras relaciones han perdido sabor, encanto, alegría
-Así es querida
-Se convirtieron en algo de rigor. Un deber. El placer se ha diluido
-Sin duda querida