Froilan tenía pasión por los cementerios.
Estaba seguro que la expresión  "la paz de los cementerios" la había escrito alguien que se involucró en sus pensamientos. Era el remanso buscado cada día.
Entraba a media tarde luego de un ligero almuerzo y cumplir las formalidades de la jornada. Allí llegaba su momento, el instante de sosiego de dejar volar la mente,  atreverse a mil fantasías, a convertirse en el verdadero Miguel, el ingenuo soñador, el amante del mar y de las rosas, de la vida sencilla y silenciosa.

Para Bramuglia nada era común y corriente. Un simple suceso, un evento casual, todo tenia una explicación racional, una relación causal basada en la temible condición humana consistente en tirar por la borda en forma irreflexiva todo lo que el Señor nos había obsequiado.-
Un día caluroso no era por el simple hecho de ser verano y estar en el medio del desierto Neuquino. No. Para Bramuglia existía una explicación relevante para ello.

- José tenemos que hablar.
- Gsi pa.
- Cerrá la puerta de la oficina, por favor.
- Gsi pa.

El pequeño sótano que maría había transformado en refugio aparecía como un recinto inadecuado para resguardarla de las bombas, granadas y, munición gruesa de toda índole que cercaba su pequeña casa pero allí se sentía segura. En su mente había anidado la idea que si se mantenía allí su vida estaba fuera de peligro. Había armado prolijamente un pedacito de protección, un austero pero acogedor espacio de paz en medio de tanta insensatez.

Ya había olvidado el aspecto del mundo exterior más próximo. Ese sótano era todo su mundo desde hacía mucho tiempo.