Mónica vivía desconsolada por la  estigmatizante propaganda contra funcionarios y políticos del partido gobernante del cual más que adicta era una fanática sin límites. Exaltada ponía de manifiesto a cuanto pobre cristiano/a se le cruzara, que la denuncias descalificantes carecían de  fundamento, que sus admirados hombres de Estado eran personas sin tachas, responsables y honestos hasta la médula.

El licenciado Miguel Rayé estaba sentado en el escritorio de su consultorio, con la vista perdida y la mente complicada con las secuelas de aun reciente divorcio cuando su secretaria golpea a la puerta y le anuncia que Raquel, la paciente de las dieciocho horas había llegado. Casi sorprendido por la irrupción de su ayudante dijo:
-Hágala pasar Susana y alcánceme la ficha de Raquel.

Mariela vivía con su compañero y  el pequeño hijo de ambos en un milagro de tierra fértil en medio del desierto que le había permitido armarse una precaria vivienda con unas pocas chapas y lo más importante una austera granja donde media docena de gallinas, una vaca que cumplía su misión a pesar de los años y la alimentación escasa y una huerta nutrida, siempre verde gracias al agua  que le proveía el canalito que a fuerza de pico y pala había logrado hacer de un lánguido arroyo que pasaba a poco más de un kilómetro.
Trabajo desde temprano para Mariela, sin quejas hasta casi entrada la noche.
El lado gris de su v ida era su compañero, Jorge, alcohólico crónico, violador y golpeador sin límites.

 

 

la tormenta anunciada]

El doctor Rodríguez era presidente de la Corte Superior de Justicia. Un funcionario judicial irreprochable, honesto, riguroso, estricto en el cumplimiento de la ley y reglamentos vigentes. El trabajo debía estar estrictamente al día, sin duda esa era, de muchas, su máxima obsesión.