María sentía una profunda depresión. Un bajón que no podía superar. A los veinticinco años, dueña de una belleza muy poco común, no lograba que ningún hombre reparara en ella.
Terapias, yoga, amigas fieles y compinches, un trabajo pleno de hombres apetecibles que bromeaban con ella, les contaban sus hazañas amorosas, le hablaban de las actuaciones de sus equipos de futbol favoritos pero jamás, nunca un piropo, una sonrisa cómplice, una mirada provocadora, una cita relevante, nada.

Cada día hay algo que nos preocupa, que se concrete o que jamás se realice. Que aquello que nos inquieta se incline hacia el rincón que deseamos.
Al licenciado Miguel Rayé ese día la suerte lo había acompañado. Lo llamaron del taller para decirle que pasara a retirar su automóvil que le habían chocado la semana anterior.
Fue a buscarlo con ansiedad y lágrimas de emoción aparecieron al ver a su chiche terapéutico en condiciones aun mejores que cuando lo retiró nuevecito al salir virginal de la agencia, lo abrazó, lo acarició, se sorprendió cuando le dijeron que no debía

¿Quién inventó el día del padre? Un comerciante ingenioso, sin duda. La necesidad es la esencia de las buenas ideas. Una manera de incrementar las ventas - habrá pensado mi amigo comerciante - es provocar el amor por el viejo.

El que está y el que marchó para siempre. Así, una muchedumbre de hijos inunda los negocios comprando desde afeitadoras hasta el par de zapatos más elegante, o las zapatillas con cámara de aire para que las trajinadas articulaciones del hombre del día se alivien, y las caminatas diarias del viejo que ayudan al corazón se asuman con renovado entusiasmo.

La fe no es comprobable. Se tiene o no se tiene y si bien carece de sentido discutir sobre motivos y razones, a veces adquiere gran importancia aún para aquellos más incrédulos, que terminan poniéndose en manos de los que ejercen con fervor sus creencias.
Así Raúl, que cruzaba la calle para no pasar por la vereda de ningún templo, acosado por un insomnio invencible y fuertes dolores de cabeza que comenzaban apenas lograba dormirse, acudió a Marisa, dama formada en la fe, estricta en el cumplimiento de sus deberes religiosos, austera, fiel consejera y gran amiga para ver si ella podía hacer algo.
Luego de escuchar atentamente el problema de Raúl. Marisa le dijo: